Nuestro compañero Raúl López Meseguer me envía este artículo suyo para que lo publique, que aunque ya lo tenía escrito, le parece el momento oportuno con el fallecimiento del P Samuel. Aquí lo tenéis. No todo van a ser fotos y cenas.
VOCACIÓN DE ETERNIDAD
Una
de las razones
por las que
soy cristiano (aparte
de otras importantes,
claro está) es
la promesa de
Cristo de darnos
a los seres
humanos una Existencia
Eterna (“agua que
mana hasta la
Vida Eterna”
le dice a
la samaritana en
su encuentro con
ella). Y San
Pedro le dice
también a Jesús:
“Adonde iremos, Señor,
sólo Tú tienes
palabras de Vida
Eterna”.
Y
ello, porque pienso
que esta vida
terrenal (por muy
placentera y gratificante que
pueda ser, en
algunos casos), ¡no
es capaz de
llenar del todo
las ansias del
corazón humano!. Cuando
vemos la partida
de algún familiar
o de algún
amigo no podemos
dejar de pensar
que, por muy
cumplida y llena
que haya podido
ser su existencia,
¡cuán exigua y
pobre se queda
tras la muerte!.
Y allí, como
suprema esperanza humana,
es cuando entran
de lleno las
promesas de Cristo
(“una vida eterna”:
¡más allá de
todos los límites
de la existencia
temporal humana!). Aunque
no sepamos, exactamente, ¡cómo,
ni donde! (en
definitiva, ¡en otra
dimensión!).
Aunque sí
sabemos que, para
quienes hayan hecho
suficientes méritos morales
en su paso
por este mundo,
que será “una
vida plenamente dichosa”.
Tal como le
prometió el propio
Cristo al llamado
“buen ladrón”; moribundo,
como El, en
la Cruz: “Hoy
estarás Conmigo en
el Paraíso”.
Recuerdo
que, a veces,
yo le preguntaba
a mi madre:
¿donde estará tal o cual
familiar? (ya fallecidos). Y
ella me contestaba
ingenuamente (¿o tal
vez no?): “Estará
con Dios”. Recuerdo
también la tremenda
definición del filósofo
Sartre del ser
humano (“como una
pasión inútil”): porque,
según él, tras
la muerte el
ser humano se
ve abocado “a
la nada”. Y
recuerdo también las
“contrapalabras”
esperanzadoras de Miguel
De Unamuno: “Dios
nos rescata de
la nada”. Y
también las palabras
de Santa Teresa
de Jesús que
esperaba: “¡una más
Alta Vida!”. Y
las propias palabras
de Cristo: “Yo he
venido para que
tengáis vida, ¡y
la tengáis abundantemente!”.
Porque,
seamos sinceros, por
mucho que nos
pueda satisfacer esta
existencia terrenal, ¡no
nos satisface nunca
del todo!. Y,
por muy duradera
que sea, ¡siempre
nos parecerá corta!..
Y es ahí,
precisamente ahí, donde
intervienen las Religiones
(entre ellas, la
cristiana): dando respuesta
y satisfacción ¡a
ese ansia de
inmortalidad y de
eternidad del ser
humano!. Porque, además,
teniendo en cuenta
esa respuesta definitiva: también
cobra, así, más
importancia y tiene
un mayor sentido
está vida nuestra
(de cada día)
en la Tierra.
Raúl Tomás López Meseguer
Navares
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