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martes, 12 de julio de 2011

LA FLOR PRESUNTUOSA, de Raúl Tomás López Meseguer

LA FLOR PRESUNTUOSA




En un pueblecito blanco, asentado en la ladera de un monte, había un hermoso jardín lleno de preciosas flores. Todas eran muy atractivas y, al llegar la Primavera, lucían sus bellos colores y exhalaban fragantes aromas. Pero, entre todas ellas, destacaba una muy especialmente: era una bella rosa de bonitos colores y olor encantador que maravillaba a todo aquel que la contemplaba y podía sentir su agradable fragancia. Sin duda, a esta hermosa flor se la podía considerar la reina del jardín.

Pero ella, sabedora de sus innumerables encantos, se envanecía de ellos; adoptando actitudes presuntuosas y menospreciando a las demás flores, sus hermanas.

Y un día, cuando la luminosa Primavera hacía resaltar más que nunca la belleza de la rosa, acertó a pasar por el jardín un pobre gorrioncillo; que se quedó prendado de ella; que, muy complacida, se miraba en un estanque. El gorrión permaneció un rato contemplándola y quedó rendido de amor; y, como mejor supo, se puso a cantar melodías: declarando sus sentimientos apasionados a la seductora flor que, desdeñosa, no se dignaba ni tan siquiera a mirarle.

El gorrioncillo sufría mucho al ver el desdén de la bella rosa; sobre todo, cuando se enteró por otras flores de la causa de el: ella le tenía en poca estima, pues era un humilde pájaro; aspirando la orgullosa a un ave que, siendo de vistosos colores, la acompañase en su hermosura. El gorrión, viendo así la imposibilidad de sus amores, se consumía de dolor; y cayó al poco tiempo muerto a los pies de ella; que, cruel, ni siquiera se inmutó al verle.

Pero esta escena había sido contemplada por el Dios de la Tierra; que tenía en gran estima al infeliz gorrioncillo, pues era de sencillo y bondadoso corazón, siendo una de sus más queridas criaturas; y que yacía muerto a los pies de la altiva flor. Y decidió castigarla. Para lo cual, ordenó al Otoño que se pusiera en actividad; y éste, poco a poco, fué marchitando a la rosa; que, desconsolada, gimoteaba al ver como se iba perdiendo su belleza: hasta convertirse en una ajada mata.

La, hasta aquel momento maravillosa flor, comprendió entonces lo mal que se había portado con el pobre gorrión; y se decía a sí misma que, si el tiempo pudiera volver atrás, se hubiera comportado de otra manera: ¡hubiera amado al gorrioncillo con todo su corazón!. Y suplicaba ardientemente al Dios de la Tierra que hiciera este milagro. Tan dolorida estaba la flor marchita y tan fuertes eran sus lamentos; que el Dios, compadecido de ella, obró el milagro de volver el tiempo atrás y que la rosa recuperase su perdida belleza; a la vez que el pajarillo volvía a la vida.

El pequeño gorrión, alegre de verse de nuevo con vida y junto a su amada flor, se puso a cantarle otra vez sus amores. Y ésta vez ella, sinceramente conmovida del poderoso amor que sentía el gorrioncillo que le había llevado a la muerte, aceptó su cariño. Enamorándose ella también apasionadamente de aquel gorrión de vulgar aspecto; pero que poseía un bellísimo y bondadoso corazón. Y, de esta manera, los dos se prometieron que vivirían juntos en aquel bonito jardín: pasando los días entre canciones y juegos, en compañía de las demás flores.

Y así, la bella rosa resaltaba ahora más que nunca: pues acompañaban, a sus atractivos colores y fragante aroma; gracias a la transformación de su carácter, ¡multitud de bellezas espirituales!.




Raúl Tomás López Meseguer